Pese a la estrechez del espacio, el anónimo escultor ha conseguido dotar a los personajes de un volumen propio y cierta individualidad, distribuyéndolos de manera muy cuidadosa. Destreza especialmente visible en el conjunto de la Santa Mujer, San Juan y la Virgen, dispuesto de forma escalonada y encadenada, conduciendo la mirada del espectador hacia el desfallecido cuerpo de la Virgen, uno de los focos de atención. Ajeno a éste, se alza la esbelta y elegante figura de la Magdalena, lujosamente vestida, que alzaría su rostro hacia el Crucificado, mientras Longinos y su escudero conforman un tercer grupo.
Sobresale asimismo la habilidad para manifestar distintos sentimientos: la pesadumbre de San Juan, el fervor de la Magdalena, el intenso dolor de María o la sorpresa de Longinos y su compañero. Son caracterizaciones muy sinceras, logradas con gran mesura, donde destacan las narices de refinada curvatura o el rehundimiento de la cuenca orbital bajo la marcada línea de las cejas.