TIPOLOGÍA Y ESTILOS

Vista general del retablo de las Navas de Tolosa, Pamplona
© J. Muñiz Petralanda  CC-BY-NC-ND

Los retablos esculpidos flamencos presentan gran diversidad de formas y diseños y pueden contar con una o múltiples escenas. Su estructura, dotada de puertas pintadas o esculpidas, llegó a ser muy compleja. Pero dado que los modelos más simples y los más elaborados coexistieron, no es fácil establecer una secuencia evolutiva.

Su formato puede ser rectangular apaisado, pero es más usual el denominado en forma de T invertida, con una parte central elevada sobre las laterales. Los compartimentos se suceden en un único nivel o se superponen en varios, dentro de cajas rematadas en perfil recto o curvilíneo, más frecuente este último en los retablos de Amberes.

El diseño podía enriquecerse además con zócalos calados, habituales en los retablos de Bruselas, pequeñas escenas a modo de banco, limitadas a la calle central o presentes también en las laterales y relieves complementarios, insertados en los ricos doseles arquitectónicos o distribuidos a los lados de las escenas principales.

En lo relativo a la arquitectura propia de cada compartimento se aprecia una progresiva búsqueda de un espacio tridimensional. Para ello se trataba de definir un ámbito propio, denominado espacio-capilla, que copiaba a escala reducida la arquitectura interior de un templo, evocando la Jerusalén Celestial.

A tal fin, los relieves se protegían bajo doseles que imitaban en su interior el aspecto de una bóveda, adquiriendo cada vez mayor complejidad desde los dispuestos en un solo plano, como en el retablo de Belmonte, hasta las intrincadas labores de ebanistería presentes en Rentería.

Otro recurso empleado habitualmente era agregar piezas sobre los cierres laterales haciendo converger los muros hacia el fondo. Sobre éste se incorporaban a menudo tracerías caladas que reproducían las vidrieras de una capilla y acentuaban la sensación de profundidad, reforzada al enmarcar el compartimento con arcos dotados de vistosas labores caladas, que les dan el aspecto de un escenario teatral.

Las figuras se disponen escalonadas, como si ocupasen un graderío, y repartidas en distintos bloques, ensamblados o ajustados entre sí a modo de un puzle tridimensional. Las más relevantes, adquieren mayor tamaño y ocupan los primeros planos, compartidos con algunas secundarias que se agachan o se distribuyen a los lados. La mayoría de éstas queda relegada a las posiciones más distantes y elevadas, reduciéndose su tamaño de manera un tanto brusca para simular una ubicación más lejana.

En ocasiones, el suelo sobre el que posan las figuras se levanta en pendiente hacia el fondo, para sugerir de forma un tanto simplista un espacio más profundo del existente realmente, objetivo al que asimismo contribuye la superposición de objetos en planos sucesivos.

Como resultado nos encontramos con escenas concebidas para ser contempladas desde un único punto de vista, el frontal, por lo que habitualmente las figuras solo se tallan en medio relieve, dejando el dorso apenas desbastado.

El sentido narrativo es un rasgo muy característico de este tipo de obras, que por lo general va a incrementarse a medida que los retablos evolucionan. Ya se ha advertido que se multiplican los encasamentos y los huecos reservados en estos para prefiguraciones y escenas complementarias.

Pero es que además el número de figurantes presentes en cada una de las representaciones más importantes crece hasta acoger a algunos verdaderamente anecdóticos, con independencia de que se mencionen o no en los textos bíblicos. Éste es el caso de la multitudinaria comitiva de los Reyes Magos que se encamina hacia el portal en el retablo de Santibañez- Zarzaguda o los curiosos que desde tribunas y puertas se asoman a los pasajes de la Natividad en el retablo del Dulce Nombre de Vitoria.

Incluso, ocasionalmente, se acumulan pasajes en un mismo relieve, como en la Resurrección de Jesús en Lekeitio, donde en segundo plano el ángel da cuenta de la buena nueva a las tres Marías.

El arte flamenco al que pertenecen estos retablos tiene como uno de sus rasgos distintivos la minuciosidad y precisión con la que se reflejaban multitud de detalles de la vida cotidiana.

Estos pormenores, convenientemente actualizados a la época bajomedieval, facilitaban a los fieles el reconocimiento de personajes y episodios y convierten a estas obras de arte en verdaderos documentos que nos ilustran de manera excepcional sobre la vestimenta y el calzado, las armas, los tocados, el mobiliario o la arquitectura propios de aquellos tiempos.

La fidelidad con la que se reflejan los objetos cotidianos, y en particular los cambios en la moda del vestir, permiten circunstancialmente al especialista estimar una cronología aproximada para estas piezas artísticas, que habitualmente no están documentadas. Y para quien los observe sin prisa reviste a estos retablos de un encanto muy particular, haciéndonos posible viajar con la imaginación hasta los confines de la Baja Edad Media.

J. Muñiz Petralanda

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