A diferencia de la manera más tradicional de componer los relieves en los retablos flamencos, las escenas, aunque se conforman como en aquellos con más de una pieza de madera, integran en cada una de ellas personajes situados en distintos planos, confiriendo mayor unidad al conjunto, pero sin privar a las figuras de un espacio propio.
Sus rostros no resultan muy expresivos, pero se caracterizan de forma bastante peculiar. Los ojos son diminutos y almendrados, las narices rectas y no muy largas pero con una base muy ancha y aletas bien definidas desde la que cuelgan pliegues hasta la boca, en un gesto adusto. El rostro femenino es ovalado y más carnoso, enmarcado por cabellos lacios, en contraste con el tipo masculino, de estructura ósea más evidente, con pómulos marcados, mejillas hundidas y mandíbula bastante ancha, enmarcados por cabellos y barbas que rematan en rizos helicoidales. Los pliegues de las prendas son duros, pero no demasiado numerosos ni muy rehundidos.